Un regenerarse y un perecer, un construir y destruir sin justificación moral alguna, sumidos en eterna e intacta inocencia, sólo caben en este mundo en el juego del artista y en el del niño (Nietzsche, F. 2003: 68).
Infancia proviene, etimológicamente, del latín Infans, que significa mudo, que no habla, sin voz. El infante es, en principio, el que está fuera del lenguaje. Ese estadio dura (lo sabemos) hasta los dos años aproximadamente, período durante el cual el infans juega con los sonidos del lenguaje. En la perspectiva de Nietzsche, el juego carece de justificación moral alguna, es decir: no tiene fines más que el fin del placer (artístico o estético) de la libre manipulación de los fonemas.
El juego no es tan libre como pareciera porque siempre hay un trasfondo mimético en él: el niño y la niña que juegan con palabras pretenden imitar lo que hacen los adultos y, aunque los fonemas lácteos que barajan carezcan de sentido todavía, bien pronto sus enunciados se pueden interpretar como llamadas, negativas, quejas, reclamos, índices de placer o de disgusto.
En una de sus célebres Mitologías,
“Juguetes”, Roland Barthes (1999) señaló el carácter sexista de los
juegos de infancia: los varones juegan con soldados y con autos de
carrera. Las niñas juegan con muñecas, casitas (y todo lo que
constituirá las tareas hogareñas: heladeras, cocinas, armarios de ropa,
etc.). El objeto-juguete transmite, además de claves para la
identificación cultural y la normalización del género, muchos otros
contenidos ideológicos dirigidos desde el mundo adulto a los niños y
que, normalmente, pertenecen a lo que Jean-Claude Abric (2003) llamaría
la “zona muda” de la representación, es decir, eso que aparece cuando se
interroga algo del orden de las prácticas, pues no es parte de los
aspectos más conscientes y accesibles de la representación de la
infancia.
Así que jugar, ahora lo sabemos, no es una
práctica tan “inocente” y tan carente de “justificación moral”: mediante
el juego se internalizan y cristalizan estereotipos sobre el género
(por ejemplo) y las relaciones sociales. Por eso, a partir de las
reivindicaciones de los movimientos de liberación sexual del siglo XX,
comenzó un largo proceso de revisión del juguete con estrategia de
liberación de los géneros respecto de las tareas que históricamente se
les asignaban: el niño hacia la aventura (el muñeco soldado o pirata),
la niña hacia el reino del hogar (la muñeca princesa). Roland Barthes,
en “Juguetes” propone los juguetes constructivistas (ladrillos, mecanos,
etc.) como una vía para liberar a los niños de las obligaciones de
adoptar papeles culturalmente pre-establecidos.
Juegos del lenguaje y funciones del lenguaje: la función poética
Cuando
un lector (chico o adulto) aborda un texto donde lo que predomina es la
función poética se enfrenta a un texto que subraya de diferentes modos
la estructura formal del enunciado y la materialidad de la palabra.El poema: la experimentación del ritmo y el cuerpo
El habla infantil es una fuente inagotable de sinsentidos, palabras inventadas y secuencias rítmicas y repetitivas…
En la primera parte de esta clase dijimos que aun antes de hablar, el infansjuega
con los sonidos del lenguaje, en lo que Agamben consideraba la etapa
prebabélica o semiótica, no vinculada aún con la significación sino con
la materia verbal, el sonido. Entre los principios constructivos propios
del poema destacamos que esta variedad de discurso literario fue
siempre particularmente sensible a la materialidad de la palabra. Veamos algunos ejemplos:
Unos célebres versos de Garcilaso de la Vega, el gran poeta del Renacimiento español, dicen:
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
un susurro de abejas que sonaba.
Hay allí unas aliteraciones significativas (las aliteraciones son repeticiones de consonantes, en este caso /s/), sólo interrumpidas por la vibrante múltiple de la /rr/ de susurro. De
este modo la materialidad fónica replica el significado global de esos
versos que aparecen, entonces, como un juego de lenguaje donde domina la
función estética y que pretenden, sobre todo, acercar las palabras a la
realidad, a la esencia de las cosas.
Inspirada en las investigaciones de Jakobson y
otras similares, Julia Kristeva (teórica francesa de origen búlgaro)
desarrolló una teoría del lenguaje poético. Distinguió el polo semántico
del lenguaje, característico de la ciencia (muy próximo a la función
metalingüística de Jakobson) y el polo semiótico, característico de la
poesía y coincidente, por lo tanto, con la función poética.
Las unidades del polo semiótico del lenguaje son las glosolalias, palabras inventadas y secuencias rítmicas y repetitivas, propias del habla infantil, y las ecolalias, repetición semiautomática, involuntaria y compulsiva de palabras o frases pronunciadas por un interlocutor.
Cada vez que hay una rima hay un eco. Cada vez que hay una repetición
(de estructura sintáctica o de fonemas) hay una glosolalia. Los
paralelismos, las repeticiones, las glosolalias y ecolalias no hacen
sino provocar y subrayar un ritmo. Las rimas, por ejemplo, pueden
entenderse como glosolalias o ecolalias moderadas.
El juego del lenguaje llamado narrativa
“Cuando
ya pueden entender una narración o seguir la lectura de cuentos los
niños experimentan un tipo específico de comunicación. Ahí abandonan el
juego exterior y puede decirse que básicamente se sientan y escuchan.
Pero esa actitud receptora está muy lejos de ser pasiva.” (Colomer,
2010)
¿Qué dice (y hace) la narración? ¿Qué dicen y hacen los chicos con la narración?
La narración ordena acciones y secuencias de
acciones según una lógica que es temporal y, al mismo tiempo, modela el
mundo de acuerdo con determinadas variables: el relato realista se
diferencia del relato fantástico porque utiliza variables de ordenación
de las cosas del mundo que presupone exterior o previa al relato mismo.
El relato fantástico y también el maravilloso, en todo caso, generan las
reglas o leyes de comportamiento de la realidad a la que el relato se
acomodará: puede haber viajes en el tiempo, fantasmas y otras formas de
sobrevida, monstruos de todo tipo.
Entonces, cuando los chicos leen o les leen un
cuento se internan en el modo narrativo, que cambia el mundo de lo
posible. La narración inevitablemente propone que Post hoc ergo propter hoc: lo que viene después es consecuencia de lo que estuvo antes.
Desde el punto de vista argumentativo eso es falso, pero desde el punto
de vista narrativo eso es casi una ley. Vemos una película: en un
plano, suena un teléfono. En el plano siguiente, la mujer que atendió la
llamada muere. La película (el relato, la narración) tiene que explicar
cómo un acontecimiento provoca o causa el otro.
Por ejemplo, cuando le damos a un niño imágenes
desordenadas para que “ordene” la secuencia en relación con sus
conocimientos del mundo cotidiano, en realidad incluimos en esa tarea
una serie de presupuestos culturales. Si un niño no llegara a la misma
secuencia que estas viñetas establecen, no es que se haya “equivocado”
en la solución, sino que ha pensado otro relato y nuestra tarea como
pedagogos sería poder ayudarlo a que lo verbalice.
La narración organiza un mundo completo que hay
que imaginar sólo a través de las palabras. A diferencia de la
interacción habitual con el entorno, aquí los chicos se hallan ante un
monólogo prolongado en el que las frases se encadenan construyendo una
coherencia autónoma. Durante el proceso se enlazan voces que exigen ser
distinguidas; se suceden acciones que necesitan ser relacionadas unas
con otras; se muestran conductas y emociones; se abordan puntos de vista
que favorecen la descentración de uno mismo o se amplía la experiencia
propia con otras vivencias y otros contextos.
En todo caso: Definir la literatura (el texto)
como un “juego de lenguaje” en el sentido en que Ludwig Wittgenstein,
lector de Lewis Carroll, le da a esa noción nos sirve para pensar a la
literatura y a los estudios literarios no como discursos secundarios de
los procesos de alfabetización inicial, sino como su brújula. Aprender
los juegos del lenguaje y las reglas que involucran es poder acceder a
diferentes lugares de enunciación y no estar condenado a ocupar uno para
siempre.