¿Y la lengua escrita?
Con la lengua escrita sucede algo distinto, porque, como se explica en el Módulo 4 Aportes de la Lingüística y la historia de la escritura a la Alfabetización Inicial, la
escritura es una invención cultural reciente para la historia de la
humanidad y por lo tanto el cerebro no está dotado desde el nacimiento
con una zona dedicada a la lengua escrita. Aprender a leer es una tarea
que lleva tiempo y que debe ser enseñada. Es decir, la mera exposición a
la lengua escrita no garantiza, ni por asomo, que un niño se
alfabetice.
Para aprender a descifrar y reconocer las
palabras escritas debe especializarse una región particular del cerebro
-que ya estaba destinada a reconocer caras, objetos o lugares- para
desempeñar una nueva función. La lectura es una clase particular de
reconocimiento visual y supone poder identificar cada una de las letras y
reconocer sus combinaciones. Por esto, hay una sección particular de
lo que se llama corteza visual que se dedica a almacenar y recuperar la forma visual de las palabras.
Stanislas Dehaene, un
neurocientífico contemporáneo que investiga la lectura y su relación con
el cerebro, la llamó “la caja de letras del cerebro”. A medida que
aprendemos letras y palabras esta zona se activa más y más.
¿Y qué pasa en esta región cerebral antes de
aprender a leer? Recordemos que es parte del sistema de reconocimiento
visual que se ocupa de reconocer rostros y objetos. Cuando se aprende a
leer, esta zona se “recicla” -en palabras de Dehaene- y empieza a
hacerse más sensible a las letras y palabras y menos a los otros
estímulos visuales, es decir, a las cosas del mundo.
¿Qué significa que esta parte de la corteza
visual se recicla? Frente a una nueva necesidad, se reorienta su trabajo
y pasa a especializarse en detectar un nuevo tipo de información
visual, las letras, que requieren justamente “detectores” especiales.
La siguiente pregunta será entonces: ¿La
diferencia entre un cerebro alfabetizado y otro no alfabetizado es sólo
la actividad especializada de esta “caja de letras” ubicada en la
corteza occípito-temporal (bastante atrás) del hemisferio izquierdo?
Para dilucidar esto explicaremos algunas experiencias muy interesantes
que se hicieron hace unos años atrás con personas que habían aprendido a
leer y otras que no. Y además pudieron investigar en sus cerebros
mientras estaban haciendo múltiples pruebas.
Todo empezó cuando un equipo de psicólogos encabezados por L. Cary y J. Morais
estudió en Portugal a personas que eran analfabetas y las compararon
con personas que, en las mismas condiciones sociales y geográficas, se
habían podido alfabetizar. Todos ellos eran habitantes de zonas rurales
de Portugal y, en general, llevaban a cabo actividades agrícolas. Los
investigaron con una serie de pruebas que tenían como objetivo verificar
cómo procesaban la lengua hablada.
Los experimentos produjeron unos resultados
sorprendentes. Si les pedían a los sujetos que realizaran tareas en las
que debían manipular sonidos de las palabras, como por ejemplo, ¿qué
queda si a caro le sacamos el primer sonido? las personas que
sabían leer pudieron resolver esta clase de preguntas y tareas sin
dificultades (en este caso, contestaron aro); sin embargo, los
analfabetos no podían hacerlo. Este trabajo mostró por primera vez que
la manipulación de sonidos de una lengua oral está facilitada cuando se
conoce la relación entre estos y las letras. Es decir, hay una estrecha
relación entre la capacidad de lectura y la habilidad para manipular los
sonidos que componen la palabra hablada.
En otro experimento que realizaron Castro Caldas
y otros investigadores, en el que participaban también individuos
alfabetizados y analfabetos, la tarea consistió en pedirles que
repitieran palabras y seudopalabras, es decir, formas lingüísticas que
parecen palabras de una lengua pero no lo son porque no tienen
significado (por ejemplo, lira es una palabra del español, pero liro es una seudopalabra).
Todos los sujetos repetían adecuadamente las
palabras pero solo los que sabían leer podían repetir las seudopalabras
sin dificultad. Los analfabetos en general las producían como alguna
palabra parecida que conocían, por ejemplo, si les pedían que
repitieran moreda que es una seudopalabra, ellos decían moneda.
El cambio que produce la alfabetización en la
percepción de la lengua oral es muy impactante y obviamente, tiene sus
correlatos en el cerebro. Estas mismas personas fueron evaluadas tiempo
después con la misma tarea, pero además los evaluadores utilizaron
técnicas de imágenes cerebrales y verificaron que cuando repetían las
seudopalabras los sujetos que no sabían leer activaban más intensamente
los lóbulos frontales, áreas que se usan para la resolución de problemas
y que además se sabe que participan en la recuperación de información.
Por su parte, los que sabían leer activaban más el lóbulo temporal
izquierdo, que se dedica a procesar específicamente estímulos
lingüísticos. Los investigadores pensaron que los analfabetos trataban a
las seudopalabras que escuchaban como palabras reales que, por ejemplo,
habían entendido mal y por tanto las “buscaban” e intentaban recuperar
desde la memoria. Los sujetos alfabetizados, por su parte, las trataban
como lo que eran, secuencias de sonidos que podían ser manipulados y que
no era necesario evocar desde la memoria.
Estos trabajos ponen en evidencia que la
alfabetización provoca cambios muy profundos en la anatomía y en el
funcionamiento cerebral, que no sólo están vinculados con el
procesamiento de la información escrita sino también con el
procesamiento de la lengua oral. Entre la oralidad y la escritura se
desarrollan lazos profundos, incluso a nivel neuronal.
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