jueves, 17 de julio de 2014

¿INQUIETO? ¿SOBREACTIVO? ¿HIPERACTIVO? ¿O SOLO ES UN NIÑO Y ESTÁ SIENDO NIÑO?



No deja de moverse en la silla, tarda una eternidad en hacer los deberes, se distrae por tonterías, he de estar constantemente a su lado, he de repetir la misma orden cinco veces para que obedezca (si es que obedece)… ¿te suenan estas quejas? La mayoría de padres y madres las han sufrido más de una vez y sin embargo, no todos nosotros consideran a sus hijos hiperactivos. ¿Qué tiene mi hijo realmente de hiperactivo? ¿Puede ser que sencillamente sea un niño inquieto y curioso? ¿Es posible que yo no sepa adaptarme a su ritmo de aprendizaje y por eso su conducta sea tan nerviosa? La hiperactividad es una palabra muy seria que no debe pronunciarse con frivolidad: ¡los niños muy movidos pueden no ser hiperactivos!
Es frecuente que a la salida del colegio escuchemos comentarios como éstos entre los grupos de padres:
- “Mi hijo no para, no puedo con él, creo que es hiperactivo.”
- “Dice la maestra que tengo un hijo que se mueve mucho en clase, que es muy inquieto. Quizás sea hiperactivo...”
- “Mi marido y yo hemos dejado de salir con amigos los fines de semana o al restaurante para evitar sentir vergüenza del comportamiento de nuestro hijo”
O bien de una maestra a unos padres: “Su hijo es muy inquieto, no para, no atiende… creo que es hiperactivo.”
La propagación excesiva de niños ”llamados” hiperactivos ha puesto de actualidad una preocupación importante de padres y educadores sobre este tema, de tal manera que un trastorno como es la hiperactividad se ha socializado y se ha convertido en un comentario de grupo, en un tema de fácil valoración y una forma de poner un cartelito de definición personal a aquellos niños que no entendemos.
En mi opinión, todo ello es consecuencia de un fenómeno social ampliamente extendido entre la población del que no escapamos ni los padres ni los educadores. Cada vez soportamos menos la conducta irregular. Nos gustan los niños despiertos, curiosos, experimentadores del universo que les rodea, pero eso sí… hasta un cierto límite, fuera del cual nos incomodan y nos hacen sentir insatisfechos.
Cuando el niño no se ajusta a nuestras expectativas, al no entender lo que está ocurriendo, definimos al hijo o al alumno con palabras (más bien conceptos) que nos ayudan a encuadrar la situación y nos dan una falsa sensación de tranquilidad.
Más que definir una entidad clínica, cuando a veces hablamos de que un niño es hiperactivo hablamos de nuestro estado anímico personal, de lo que nos cuesta soportar al hijo inquieto que llama constantemente la atención o al alumno que nos obliga a dedicarle más tiempo. Podemos olvidar que los motivos por los que un niño no atiende o no se concentra son muchos: cansancio, aburrimiento, tareas demasiado largas para su edad, inmadurez… Y que su desobediencia puede ser debida también a que no entiende las instrucciones.
Los padres en general no estamos preparados para contener un hijo inquieto. Los horarios laborales, las prisas, la escasa tolerancia a la conducta desobediente fomenta en muchos casos una ruptura emotiva de las relaciones padres-hijos, creando un círculo vicioso de nervios e irritación que refuerza precisamente las conductas que queremos evitar.
Muchos niños medicados y tratados como hiperactivos en realidad lo son porque entran en este perfil de niño inquieto, distraído, que nos obliga, que nos hace sentir la necesidad de implicarnos y de gastar energía, que nos complica la vida cuanto queremos que ésta, tanto en el ámbito familiar como escolar, sea tranquila. Quizás deberíamos reflexionar más sobre las dificultades para educar en el día a día, la falta de pautas claras en la educación familiar, la pérdida de valores en la formación académica antes que proyectar sobre los niños nuestro propio cansancio o ignorancia.
Muchas veces tenemos en casa un niño sobreactivo (no hiperactivo), es decir, con exceso de movimiento pero que con una adecuada contención es capaz de controlarse, atender y seguir las pautas y hábitos de los padres y de la escuela. La enseñanza del autocontrol en nuestros hijos es un objetivo de los primeros años de vida en la familia; de ahí que estén apareciendo en estos últimos años niños con falta de hábitos y de ritmos estables de vida, que pasan por hiperactivos cuando en realidad son fruto de una escasa atención a sus necesidades educativas, afectivas y emocionales.
Podemos considerar entonces la aparición de niños con hiperactividad ambiental, que no es lo mismo que la hiperactividad clínicamente hablando.
¿Y en la escuela?
Hoy en día la escuela no responde generalmente a las necesidades educativas y de crecimiento de los alumnos. Para dar clase necesitamos niños sentados, escuchando largas explicaciones, con objetivos académicos densos, dando escasa importancia a la vivencia, experimentación y tiempo de descubrimiento donde el alumno sea el objetivo no los contenidos.
Muchos alumnos no encajan en este perfil, se cansan, se aburren y una forma de manifestarlo sobre todo en edades tempranas (hasta los 8 años) es moverse, distraerse y llamar la atención.
No todos estos niños son hiperactivos y con déficit de atención. Simplemente reflejan una forma de “dar las clases”, una pedagogía que no estimula ni activa la atención selectiva de los alumnos y en consecuencia se mueven demasiado, hablan, creando conflictos entre ellos. El docente con gran número de niños en la clase y con la presión de cumplir la programación pierde su capacidad perceptiva y de selección de aquellos alumnos con necesidades educativas especiales, metiendo en el mismo saco al niño hiperactivo y a aquel que no lo es. O algunas veces lo ve pero por invitación del directivo, apoderado legal o quien dirija la batuta le aplican un bozal al docente para dibujar la situación para evitar conflictos con los padres, mantener la matrícula y la cuotita.
Ser sobreactivo es una situación muy corriente que solo nos dice que existe un exceso de movimiento, diferente del fenómeno hiperactivo, que es una entidad clínica, un trastorno grave, con múltiples repercusiones en todos los ámbitos donde se mueve el niño.
En esta situación, a muchas familias se les abre la esperanza a través de una pócima maravillosa que lo cura todo. Es la famosa pastillita que, dada a un determinado número de niños y en situaciones concretas, permiten solucionar la conducta de un niño inquieto.
Es cierto que esta medicación ha ayudado a muchos niños, clínicamente diagnosticados como hiperactivos (TDAH), a superar las barreras que le separaban de una relación normal con sus padres, con sus compañeros de clase, con sus docentes y consigo mismos, teniendo al mismo tiempo una atención personalizada y un seguimiento multiprofesional adecuado.
Pero hay que ir con cuidado. El abuso indiscriminado de esta medicación, sin pruebas clínicas adecuadas (electroencefalograma, mapa de actividad cerebral, cartografía…) junto con un escaso seguimiento individual, familiar y escolar, la han convertido para muchos padres y docentes en una pócima mágica que libera de las tensiones y de la responsabilidad de implicarnos y de buscar otras soluciones que no sean las de dar solo una medicación.
Por ello, lo primero y más importante es saber si existen unos determinantes, unos signos que nos puedan acercar a una detección precoz, una orientación especializada en estos temas antes de que denominemos a nuestro hijo con tanta ligereza de hiperactivo.
La hiperactividad ambiental se trata de forma educativa, la hiperactividad clínica, la verdadera hiperactividad, exige un diagnóstico neurológico, psicológico y escolar y por tanto una intervención en todos los ámbitos donde el niño vive y se desarrolla diariamente.
José María Batlle Gelabert
Director de CODDIA

Los integrantes de la familia deben reconocer sus propios ritmos vitales y los de su propio hijo. Se evitarán así enfrentamientos simplemente por la diferente manera de entender la actividad diaria y de reaccionar delante de ciertas situaciones y rutinas familiares. Ejemplo: Un niño rápido, con tendencia al descontrol con una madre ordenada, lenta y metódica dará lugar por diferencias de ritmos a choques permanentes si no hay un análisis adecuado.
Controla aquellos estímulos que lleguen a irritar a tu hijo: programas de TV violentos, juegos muy activos, gritar en vez de hablar, dieta con exceso de dulces… favoreciendo un clima de sosiego y autocontrol siempre que sea posible.
Evita un clima de aceleración excesiva donde el niño inquieto, movido se excite progresivamente. Utiliza reglas claras, cortas, valorando con refuerzos personales los esfuerzos realizado por tu hijo por mínimos que estos sean.
Mantén en lo posible un clima de seguridad afectiva y nunca comercialices con el afecto porque tu hijo se porte mal.
Ten una actitud de contención pero marca claramente las reglas. En todo momento debe saber las consecuencias negativas de sus actos.
Evita definir a tu hijo utilizando calificativos personales y de definición de sí mismo, etiquetando al ser en vez de valorar su comportamiento con algo temporal: estar. Ejemplo: “hoy has estado muy bien” en vez de “hoy has sido muy bueno”.
Se comprensivo/a (no permisivo) con las dificultades de autocontrol de tu hijo. La enseñanza de una disciplina familiar requiere afecto, dedicación, tiempo, tolerancia y mantenimiento de las pautas educativas al margen de la rapidez de su éxito o fracaso. Educar un niño inquieto, irritable y energético requiere tiempo y cualquier objetivo hay que planteárselo con paciencia, prudencia y perseverancia.
No tengas apuro por obtener o ver los resultados. No te sientas derrotado/a porque un día te hayan salido las cosas mal. Educar requiere tiempo y aceptar que somos seres humanos, que nos equivocamos. No pases un examen diario sino valora tu implicación personal.
Evita dar demasiada atención a sus conductas negativas y responde de forma adecuada cuando aparezcan conductas o reacciones positivas. Una conducta reforzada positivamente tiende a reproducirse posteriormente, añadiendo a ello la sensación emotiva de tu hijo, de gustar y de ser aceptado, difícil de conseguir en niños a los que se está encima en exceso.
Evita dar dobles mensajes. Decir y hacer cosas diferentes. No prometas cosas que no se podrás realizar y no castigues con situaciones insostenibles que te harán sentir culpable y que no sabrás mantener. Esta situación provocará que poco a poco tu hijo no se crea aquello que le dices sino aquello que habitualmente haces.

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